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Soy una enamorada de Madrid, lo reconozco. Desde que la conocí supe que aquí podría quedarme a vivir para siempre, dejando mi corazón a más de 500 kilómetros. Cada vez que conozco una nueva ciudad me sorprende, me gusta, me embriaga… pero en ninguna he encontrado mi sitio, como para sentir que podría convertirse en mi residencia actual. Unas más bonitas que otras, otras más acogedoras que unas, pero sé que no encajaría por diferentes motivos. Llamadme rara pero es así. Excepto una: Nueva York. Cuando viajé a la Costa Este de Estados Unidos supe que podría habitar uno de los flamantes apartamentos de Manhattan para perderme en la ciudad para siempre. Si no viviese mi juventud en Madrid, lo haría en la Gran Manzana.

Por ello, todo lo que rememore mi visita a la ciudad despierta una inquieta curiosidad en mi interior. Así que decidí visitar el restaurante Taxi a Manhattan, tan sólo con ver imágenes del local. Su interior que recrea diferentes ambientes de la isla y su exquisito gusto por arañar la esencia de Nueva York hizo que quisiera probar los platos que allí se ofrecían.

Y llegó el día. Aparcamos en un parking cercano a la calle Orense para ocupar nuestra mesa reservada con antelación en el corazón de Manhattan en Madrid. Su discreta y divertida fachada con césped me empujó a tirantones hacia una tienda de una firma conocida en el barrio del Soho.

Sus letras luminosas azotaron mi mente al ritmo de los musicales de Broadway, hasta que el acento madrileño de los moradores de la terraza exterior me hizo darme cuenta que seguía en Madrid.

Las fotos que había visto del interior del restaurante daban buena cuenta de los ambientes que se exponían en su interior, pero era todavía aún mejor. Accedimos acompañados de una amable camarera que nos indicó donde estaba nuestra mesa. Bajamos unas escaleras, pasando junto a una cocina, digna de cualquier restaurante de diseño underground de la ciudad neoyorquina. Nuestra mesa esperaba junto a un elegante piano que podría decorar cualquier restaurante de lujo del West Side de la Gran Manzana. Las sillas, tapizadas emulando a un taxi americano, te invitaban a disfrutar de la comida que estábamos a punto de comenzar a degustar.

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Junto a nosotros un enorme luminoso que recordaba donde estábamos. A mi espalda, la zona junto a la cocina, llena de graffitis formaban la zona más callejera del restaurante.

Muchos pensaréis, ¿muy bonito pero la comida qué? Si creíais que una fachada bonita no podía tener un mejor interior, os equivocáis porque en Taxi a Manhattan lo que importa es el interior. Y eso ya es decir…

Nos tomó nota uno de los maitres más profesionales y encantadores que he tenido el placer de encontrarme en los últimos tiempos (y que espero volver a encontrarme porque ya estoy buscando fecha para volver). Se preocupó en todo momento de nuestro bienestar, de la calidad de la comida y de nuestra opinión sobre la misma. Un 10.

La carta del restaurante Taxi a Manhattan es de lo más cosmopolita, como no podía ser de otra manera. Va de lo americano, a lo asiáticoEn este restaurante parece estar pensado todo al milímetro.

La mente que concibió este centro no es más que un artista, ya que ha sabido aunar a la perfección todo lo que significa Nueva York. Me quedé maravillada con cada detalle de decoración, la carta, la presentación de sus platos. Otro 10.

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A estas alturas de mi vida, después de haber visitado tantos restaurantes en Madrid, no pensaba que me iba a quedar tan sumamente impresionada, pero así fue. Taxi a Manhattan sigue acumulando dieces. El siguiente en la cocina.

Al ver la carta, dudamos entre varios primeros, sobre todo cuando vimos deslizarse el carrito de tempura. Dimos gracias de tener los ojos pegados a la cara, porque casi se nos cae uno cuando pasó el plato a nuestro lado. Finalmente nos decantamos por los Spring Rolls (Rollitos caseros de pasta crujiente rellenos de pato,noodles y verduritas salteadas con salsa sweet chili). Creo que no existe un término en el diccionario de la Real Academia Española para describir el sabor de estos rollitos. Deliciosos, exquisitos, excelentes, crujientes, sabrosos… Una perfecta mezcla de sabores en la que un jugoso pato maridaba a la perfección con los noodles chinos. Una generosa ración de cuatro rollitos bastante grandes, por lo que su precio (casi 9 euros) se hacía bastante económico.

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Nuestro siguiente entrante fue la Bruschetta de mozarella tres tomates cherry dos pestos caseros. Traducido al idioma de los mortales: dos tostas repletas de queso mozarella y tomate, regado con un pesto digno de la mejor cocina de Italia. Otra ración de buen tamaño, ¡en Taxi en Manhattan no pasarás hambre!

De segundo nos apetecía carne (¿raro en mí verdad?), así que nos decantamos por: Hamburguesa de cebón con pan a la cerveza acompañada de mayonesa de tomate seco, keptchup personalizado y mostaza de miel. Su nombre es complicado y su sabor no podría ser menos. La carne en su punto de cocción, el pan original y me gustó mucho la combinación de su sabor con la carne, vegetales frescos y las salsas incomparables. Otro 10. El otro plato que tocó la mesa fue Dados de buey con patatitas, queso gorgonzola y miel trufada. Otro gran acierto en Taxi a Manhattan. La carne espectacular, cocinada en el punto que pedimos y… ¿alguien me sabe explicar cómo es posible que unas patatas estén tan buenas? Siempre son un elemento que pasa desapercibido, el eterno acompañante fantasma. Pero en este plato estaban tan ricas, que cobraban un constatado protagonismo.

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Muy lamentablemente para mi estómago, no conseguimos llegar al postre. Pero es algo que no me preocupaba. Porque tengo pensado repetir, y bastantes veces. Además, el precio es bastante moderado; muy acorde a su calidad y al tamaño de sus raciones.

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Taxi a Manhattan es, sin lugar a dudas, el restaurante que más me ha impresionado en Madrid en los últimos años. 

 

MurZielaGa

Periodista, emprendedora y mamá a full time. Amante de las series y los libros en general y del suspense en particular. Fotógrafa amateur y enganchada a eso de la tinta en todas sus versiones. Cabezota, indecisa y con grandes dosis de ironía. ¿O no?

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